SERIE: TOMANDO UNA DECISIÓN INFORMADA - Día 6

"Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida; y fue el hombre un ser viviente." — Génesis 2:7 (RVR1960)
Reflexión:
En la creación, Dios pudo haber hecho al ser humano con una simple palabra, como hizo con la luz o el mar. Pero en vez de eso, se inclinó, formó al hombre con sus propias manos y sopló en él su aliento. El ser humano no fue simplemente creado: fue animado o llevado a la vida por la respiración del Creador. Cada vida humana, desde el primer latido en el vientre materno, es portadora de ese soplo divino.
¿Qué significa esto para nosotros? Que cada vida no solo tiene origen divino, sino que tiene propósito, intención y valor eterno. En un mundo donde la vida se ha convertido en estadística, debemos volver al Génesis para recordar de dónde venimos: del corazón y del aliento de Dios.
Como Iglesia, tenemos la responsabilidad de enseñar a nuestra congregación —a los niños, a los jóvenes, a los adultos— que la vida es sagrada no por conveniencia, sino por origen. Que no hay vidas desechables, interrumpidas, ni sin sentido. Cada persona fue pensada, querida, respirada por Dios.
Necesitamos levantar nuestras voces en medio del silencio. No con condena, sino con compasión. Enseñar a las futuras madres que su bebé ya es amado por Dios. Enseñar a los hombres a honrar la vida que han ayudado a crear. Enseñar a la Iglesia a no mirar para otro lado cuando hay crisis de embarazo en nuestras comunidades.
Desafío:
¿Reconocemos como iglesia que toda vida es resultado del soplo de Dios? ¿Estamos transmitiendo esta verdad a nuestras familias, nuestros púlpitos, nuestros jóvenes?
Tu voz cuenta. Tu enseñanza forma conciencias. No es solo un tema ético, es un asunto espiritual. El soplo de Dios está en juego.
Oración:
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